Friday, February 19, 2010

Enero de 2009 a febrero de 2010

Ha pasado un año y un mes. Trece meses. Esta bitácora abandonada como un diario de vida que uno busca cuando se te acaban los dedos buscando con quién hablar. Donde vuelcas eso que te dices a ti mismo pero no sabes bien si le interesa escuchar a quienes te rodean.
Este espacio que se vuelve fructífero cuando el alma está sana, o cuando el ánimo al menos te acompaña para esmerarse en sanar.
Aquí vengo, a la carga otra vez. Vamos a ver si al menos la disciplina, de una vez y por todas se queda conmigo y el cerebro logra dominar a este corazón que manda -a veces demasiado- lo que hago y dejo de hacer.

Vamos a ver si logro no olvidar.

Thursday, January 08, 2009

El extraño contraataca

Me he reencontrado con mi ira. Esa que trato de erradicar desde hace tanto vuelve y aflora. He vuelto a mirar el rostro de ese extraño que me era familiar hace tanto… desde hace tanto.

Me enfrento a él de manera tal que disgusto conmigo mismo. La ira: Mi principal lucha, está venciendo… Y tengo miedo. Pero el miedo puede ser un buen consejero cuando no te inmoviliza.

Saturday, December 27, 2008

El extraño que me habita...



Hay un extraño que nos habita, en cada uno de nosotros. Un extraño que aparece en momentos inesperados, de desesperación, miedo, tensión, rabia, sorpresa…

Un desconocido que aflora de diversas maneras: A veces tiene una cara amable, otras aparece de una forma que nos asusta, nos desagrada, incluso nos avergüenza.

Ese desconocido convive con todo lo bueno y todo lo malo que nos conforma. Mientras más conocemos de ese extraño, él se desvanece y más nos parecemos a lo que en realidad buscamos llegar a ser…

Monday, December 22, 2008

Textos desde la esperanza

Mi corazón es un lugar habitable

Se me vino la viejera encima. Esta noche, hablando con una de las tantas personas a las que quiero, me di cuenta que mi corazón es más grande y un lugar más amable porque ha sido habitado por amigos y amigas.

Se ha permitido querer y recibir. Mi familia, mi gente, han hecho que la mirada de los ojos sea insuficiente para mi vida.

Como decía mi bro, por ahí, es momento de dar gracias… siempre es época de dar gracias.



"Hacer algo por cambiarlo"
- ¡Pero Christiane! –le dije-, ¡Si las relaciones humanas son relaciones de poder, así ha sido siempre!
- Sí –me respondió-. Las relaciones humanas son relaciones de poder. Pero tú y yo que lo sabemos, debemos hacer algo por cambiarlo.

La charla tuvo lugar en el 96’, hace doce años. Nunca he olvidado esa frase que me respondiera la mamá de la que entonces era mi novia y que con el tiempo se convirtió en mi hermana.

Aplicable a todas las cosas que nos señalan como imposibles, inamovibles, o como absolutas. Siempre me han dicho que las cosas son así y por lo tanto no hay nada que pueda hacer por cambiarlas. Siempre me encuentro con una cara de sorpresa cuando establezco un punto que parece absurdo, por lo difícil de la tarea.

Me imagino qué sería de este mundo, cada día más escaso de esperanza, de ideales, si Luther King, Ghandi, Malcom X, el Ché, Mandela, hubiesen cedido a ese tipo de afirmaciones.

Yo quiero pensar que nada es imposible. Quiero convencerme a mí mismo de que hay motores más fuertes que el odio, la envidia, la codicia o el escepticismo. Al menos déjenme creer en eso, ya que no creo en dioses que me solucionen la vida. Cada uno cree en lo que le genere energía para seguir adelante. Yo creo en que este mundo es transformable, y si no, miren en lo que lo han transformado… ¡Pues ha llegado nuestro turno!

Saturday, December 20, 2008

Los aparatos y la noche buena

Estas son las luces que prefiero... Este es un atardecer con vista al restaurante giratorio en Potosí (Bolivia, 20 de dic 2008).



Luego de meses en esta lucha, al fin me enfrento a mi nueva máquina de computadora. Uno se va volviendo dependiente de los aparatos, se va dejando enredar de tal manera que no sabes cuándo ya estás atado a tal punto, que una parte de ti se desvanece y se limita la energía cuando te falta esa extensión.

Los computadores por ejemplo, ahora son herramienta crucial para la comunicación e incluso la socialización. Pero al mismo tiempo -al menos en el mundo que me muevo-, sirven como extensión de la memoria y los planes que se van hilvanando en la medida que uno se enamora de las cosas que hace para vivir o, en el peor de los casos, para subsistir.

Los aparatos nos inundan. El celular, por ejemplo, mi primo se conecta al msn a través de su BlackBerry en el baño de la oficina porque la red de la empresa está bloqueada por motivos de seguridad. Un amigo pasa con la cabeza agachada en cualquier tipo de reunión, social o laboral, contestando correos electrónicos de trabajo y parece que no tiene otra vida fuera de los días de descanso que se toma de cuando en vez.

Pero los aparatos que más me preocupan son los que nos encadenan de maneras más sutiles. El aparato del Estado, el del sistema, el que se arma en el trabajo y teje redes que nos esclavizan de manera tal que accedemos de manera voluntaria. El de la propaganda, el del consumo.

Cedemos como corderitos a los que se nos impone la ilógica del mundo, pero cuando tratamos de liberarnos, de manera inocente… ¿Inocente? ¡Inocente!... (perdón por el paréntesis). Pero cuando tratamos de liberarnos de cualquier manera, casi siempre hay una nueva trampa en que caemos.

En estas fechas, cuando el consumo se impone. Cuando el deseo de los niños ya no se limita a la bicicleta que queríamos cuando niños para salir a pedalear (fuera la que fuera), o el balón de fútbol (sin marca, lo importante era tener qué patear con los amigos), o la pelota de playa de mi hermana cuando tenía 8 años, de género y muchos colores (fue el año del golpe militar en Chile).

Mi sobrino me comentaba en la tarde que le pidió un Fly Tech a sus padres, y que no le pusieron atención. Estoy seguro que fue la típica estrategia de padre de hacer como que no escucha y que la noche de Navidad él abrirá emocionado el único juguete que quiere para esta Navidad. Mi sobrina en cambio (dos años menor), me dijo que sólo pidió un libro y un peluche, que no se le ocurría qué más pedirle al Viejito Pascuero (San Nicolás o Papá Noel en otras latitudes)… quién sabe cuánto tiempo más le dure esa ausencia de ambición.

La gente se angustia, los padres quieren que sus hijos no se sientan atrasados respecto de sus congéneres. Ver que el niño y la niña no pueden estrenar ropita en estas fechas es una angustia. Y los aparatos, estructurales y las cosas nos cercan. Nos angustiamos y la fecha que debe ser alegre se limita a los minutos en que los vemos abrir los regalos… todo el tiempo previo corrimos, nos tensionamos, nos sentimos en la obligación de responder al consumo de todo. De la información, de la publicidad, de las cosas.

Pocas personas comprenden que me de lo mismo la Navidad. Es decir, si pudiera compartirla con mis sobrinos abriendo sus regalos, obvio que lo disfrutaría igual. Lo disfrutaría muchísimo en realidad. Su cara feliz y la emoción de romper el papel de regalo me emociona cuando los he podido observar haciéndolo… no me puedo poner completamente al margen de este mundo, lo confieso.

Pero de lo contrario prefiero la soledad. Lejos de esa farsa de la espiritualidad invadida de consumo. De la imposición de la competencia y al amor vuelto objetos. De cualquier modo, jo, jo, jooooooooooo… que sea una feliz noche buena.

Sunday, December 14, 2008

Oro, quería el cabrón

Saliendo del Cerro Rico. Las cooperativas de mineros son ahora las que administran. ¿Y qué dice la gente?


Estoy en Potosí, donde convergen y persisten millones de historias en que ni espejitos les dieron para llevarse todo. Y cuando digo todo, casi que me atrevo a decir incluso la dignidad con que al menos se excusaba la inocencia. Veo en las calles los rostros curtidos por el clima, el taxista tratando de ver si por gringo te roba 50 centavos de dólar, y el vendedor o vendedora de la calle que ofrece gorros con el logotipo de NIKE en 1 dólar más de lo que sabe que vale.Y en el horizonte, el Cerro Rico, exprimido hasta más no poder, ahora arroja minerales que en el mercado internacional no pesan lo que antes. De todos modos, sólo acabo de llegar. La gente sigue siendo amable. Sigue sonriendo ante una palabra cómica. Sigue mirando con recelo, pero con ganas de ser quién gane, aunque sean unos cuantos centavos...¿Deliro? ¡Tal vez, mi hermano! A veces la resistencia se resiste a seguir el camino correcto.
Leo y me cuentan parte de la historia, y me pregunto las verdaderas razones de la lucha por la independencia. Un montón de criollos, mestizos, algunos hijos bastardos que viajaron a Europa y se educaron con la consecuente visión de libertad que allá se habían inventado.
Aprendimos, sí, los mestizos, la perspectiva del desarrollo que luego se ha impuesto en el mundo. Esa que sacrifica a unos millones para beneficio de unos cuantos. Esa que hace de la explotación una constante que se nos mete en los huesos como una roca inamovible que siempre ha estado allí: La explotación de los recursos naturales, la explotación de las personas, la explotación de la estupidez y el servilismo humano que parece tener una veta inagotable.
Terminamos reproduciendo, de una manera u otra, el esquema que decíamos combatir. La independencia nos sirvió para expulsar a los explotadores y convertirnos en lo mismo, pero de poca monta. Nos movimos demasiado tarde, cuando ya no quedaba nada. ¿Oro quería el cabrón? Plata, tendría que decir en Potosí, donde ya sólo se saca estaño y zinc del Cerro Rico, donde surgió la explotación minera de América Latina.
Dicen que lo que se llevaron de acá financió el desarrollo de lo que es la Europa de hoy. Que supera con creces lo que se llevó Alejandro Magno, de los tesoros persas. Que así como se podría construir un puente que atraviese el Atlántico, de plata maciza, también se podría hacer uno con los huesos de las personas que dejaron su vida en las minas.
Y a eso aspiramos los criollos que queríamos ser europeos. Que miramos con recelo al indígena y que hasta ahora lo criticamos por flojo, borracho y vivo. Eso es lo que me han dicho los mestizos de Bolivia sobre los descendientes de los pueblos originarios cuando por a, be o ce sale el tema. Lo mismo me dijeron en Ecuador. La misma mirada existe en Chile, donde se hizo un ‘mejor trabajo’, exterminando casi por completo las culturas autóctonas y hasta los más concientes siguen pensándose mejores que los países vecinos.
Y la resistencia se vuelve una lucha por lo mismo. Una lucha por vencer o ser vencidos. Una lucha por la imposición de la mirada, o al menos de la oportunidad. Reproducimos el esquema de la fuerza, y si tenemos el poder lo aprovechamos, porque “aunque sea por una vez, que seamos nosotros los que nos impongamos”.
Y en ese camino vamos. Creyendo que podemos hacer algo. Tratando de Gobernar para cambiar el mundo, pero seguimos intactos por dentro, sin cambiar un ápice la motivación de nuestros huesos para levantarnos por la mañana. Seguimos siendo los mismos, con distinto rostro, pero en el fondo los mismos. Enredados en la falacia de un mundo que nos encandila peor que los espejitos, haciéndonos creer que decidimos.
Espejito, espejito: ¿Quién es el más bonito?

Saturday, December 13, 2008

Divagando en Potosí

El Cerro Rico, de Potosí, desde uno de los arcos que conducen a los barrios que lo circundan.

Anoche me di cuenta que me siento intimidado por las ciudades. No me desenvuelvo de la misma forma en el campo que en las urbes. Entro en confianza con mucha más facilidad en el ambiente desenfadado de cualquier espacio abierto, que entre los muros que conforman los centros poblados.
En el campo, o en un ambiente que lo evoque, la gente tiende a saludar. Si te cruzas en un camino con alguien nunca falta un buenos días, buenas tardes o ¡Cómo le va? Eso ya es un punto de partida que, aunque aparezcas como un desconocido que merece cierta desconfianza, ofrece un pie para entablar una conversación.
Claro, no me imagino saludando a cada persona que me cruzo en las calles de La Paz, Bogotá, o cualquier otra ciudad. Pero tampoco entiendo que nos cueste tanto ofrecer una palabra amable en un ascensor, o que haya personas que comparten un nivel en un edificio de departamentos (apartamentos) que jamás hayan cruzado más que una mirada.
Ayer caminé toda la tarde por Potosí. Me senté en un restaurante a comer mientras observaba al mesero, que no me ofreció ni una palabra ni de saludo, ni de despedida (había hecho mi pedido en caja). Una pareja conversaba animadamente mientras devoraban sus presas de pollo y competían por las papas fritas que quedaban en el plato, y una chica esperaba su comida para llevar con la mirada perdida en el hueco de donde debía salir ¿Cómo los abordas? ¿Cómo conversas con ellos? Un par de palabras con el encargado de la caja me sacaron del ostracismo y la forma como sacaban a una indígena que trató de ofrecer maní, habas y otros granos, sin palabras por supuesto, completó el cuadro.
Luego, fui a ver con qué me encontraba entre las calles. Sacaban a otra indígena de un local que ofrecía los mismos productos para degustar. Las calles invadidas de productos de plástico para el baño, artículos de higiene, cacharros y productos que se pueden encontrar en cualquier otro lugar de los que ya he mencionado.
Encontré un sitio de Internet donde me refugié por unas horas. Allí, las personas se sentaban en parejas para socializar con otras que quién sabe dónde se encontrarían. Un par de muchachas se reían mientras comentaban lo descarado que era el chico que estaba en otro nodo de la red.
Yo trataba de bajar el skype con la esperanza de encontrar a mi bro, Paco, quien debía estar en Colombia y no se ubica en otros servicios de Chat más populares, mientras el ácido Édgar me asesoró, desde Bogotá, con un par de datos sobre cómo cambiar la imagen de mi blog mientras una lluvia torrencial caía sobre la ciudad. Así, esperé inútilmente a que apareciera Lula, quien desde Madrid pudiera llenar mi sentimiento de abandono en este lugar que, aunque no me deja de intimidar como urbe, me enamora por los fantasmas que deben habitarlo luego de 500 años de explotación minera… y de la otra.
Cuando al fin paró la lluvia, eran más de las 7 de la noche (oscurece como a esa hora) y me sentía como un trapo de cansado, pero caminé en sentido contrario a la posada en que me quedo, porque esta queda de subida y preferí estirar las piernas de bajada en estos 4 mil metros de altura promedio. Así que me inventé la excusa para agarrar un taxi, alejándome por lo menos unas 12 cuadras más, de mi destino final. Aproveché de entrar a otro restaurante y devoré la cena local: Una hamburguesa con tomate y más papas fritas.
El frío comenzó a hacer sus estragos sobre mi cabeza descubierta de cabello y el gorrito de lana que olvidé en La Paz. Con la cabeza fría me di cuenta de lo mucho que añoro a la gente del campo, con quién de seguro estaría charlando bajo un árbol o compartiendo un mate mientras miro a las estrellas, para variar.
Hoy amanecí enfermo, otra vez, a de ser el desorden alimenticio. Y recién comienzo a funcionar después del medio día. Almorzaré en el primer lugar que encuentre, pues no he desayunado, colgaré esta entrada en el blog, que no tengo idea si aporta algo y me iré de tarde de museos, para ver qué encierra la historia, que hasta ahora sólo he observado desde los libros.

Sunday, December 07, 2008

Cosas pequeñas

Clodomiro bebió litros de cerveza durante su partido de bolo criollo, como lo hacía casi todos los domingos. Luego cruzó el camino hacia el centro de capacitación campesina donde su esposa trabajaba media jornada el fin de semana, preparando la comida. Desde el cruce la vio hablando conmigo, que estaba con una pierna fracturada encima de una silla y prefirió esperarla.
Cuando salió, caminó tras ella unos 500 metros, en silencio, antes de asestarle el primer golpe con el machete. Planazos le llaman a los golpes que se dan con la herramienta por la parte ancha. Sun intención no era matarla, sino darle una lección. Con dos semanas en recuperación, ella de seguro aprendió. Aunque lo único que hizo fue ofrecerme el almuerzo en una bandeja.
No la alcancé a ver antes de que se le disolviera el morado de los ojos. Clodomiro no volvió a dirigirme la palabra. Se escabullía con cierta vergüenza cuando por casualidad nos cruzábamos cerca de la tienda donde estaba el juego de bolo criollo. Influyó que fue declarado persona no grata en el centro de capacitación, aunque no se hizo nada más al respecto.
En Santander, Colombia, la violencia intrafamiliar es parte de la vida cotidiana. Es una de las primeras cosas que decían en el año 98’ que se debían resolver para vivir mejor en las veredas cercanas de San Vicente de Chucurí y Barrancabermeja.
Quienes íbamos desde afuera, pensábamos que era necesario mejorar las vías de acceso, un alcantarillado, generar canales de comunicación, montar proyectos productivos. Pero la gente que vive su día a día, lo único que considera prioritario es tener una vida tranquila y solucionar problemas básicos.
A veces, nuestra compleja mirada de este mundo global nos hace olvidar que hay que resolver cosas mínimas para poder seguir con el paso siguiente -inundados de tecnología, canal por cable, celulares con o sin conexión a Internet, pero que al menos lo parezca-.
Al menos una de cada tres mujeres ha sido golpeada, obligada a mantener relaciones sexuales o sometida a algún otro tipo de abusos en su vida, según un estudio basado en 50 encuestas de todo el mundo*. Y bueno, nunca está de más decir lo que ya hemos escuchado hasta el cansancio: “El autor del abuso, en un alto porcentaje de las veces proviene de un familiar o un conocido”.
Una estadística escalofriante. Eso quiere decir que en mi salón de clases de primaria y secundaria, que se conformaba de 22 mujeres y 14 hombres, al menos 7 fueron víctimas de alguno de estas aberraciones.
¿Qué se hace ante esta realidad? A veces nos concentramos tanto en mirar los problemas globales, que no caemos en la cuenta de que las personas necesitan resolver su mundo inmediato, construir un mundo íntimo estable, generar una fortaleza, que le permita seguir viviendo para poder cambiar el mundo.
Cosas pequeñas son las que cambian el mundo. Cosas pequeñas son las que hacen la diferencia. Cosas pequeñas, que a veces son inmensas. Sembrar una semilla de autonomía, de libertad, puede hacer la diferencia de una vida, que puede influir en muchas vidas. Nacer en un lugar, de un vientre determinado, de la fecundación de un óvulo equis, son cosas que no podemos cambiar. Todo el resto, depende de nosotros.
Escuchar el tiempo necesario a un amigo, caminar bajo las hojas otoñales de parque forestal con la persona que lo necesita, mirar el cielo y dejarnos inundar por lo que nos dice, son cosas pequeñas, que marcan la diferencia. Que la vida sea una maravilla, depende sólo de nosotros.
Si Clodomiro hubiese tenido otra vida. Si Clodomiro cambió después de esa paliza que le hizo sentir vergüenza es algo que tal vez nunca sepa. Pero estoy seguro de que algo más de lo que hice, pudo hacer una diferencia.

*(www.infobae.com/notas/nota.php?Idx=224617&IdxSeccion=)

Tuesday, December 02, 2008

El centro del mundo

Foto/Atardecer en Quito Loma. Centro Militar de los Quitu Caras (cultura preincaica del Ecuador). Descubrieron el Ombligo del Mundo (Quito).

El ácido Édgar (www.elgrandesparche.blogspot.com) me relegó al final de su lista de recomendados con el argumento de que hace tres meses no publico. Bueno, la verdad es que ya agradezco el solo hecho de que me mantenga en su lista, puesto que este espacio que pretendía ser una convocatoria a la acción, en realidad se ha convertido en una mera botadera de corriente y a veces un desfogue para mi alma.
La verdad es que éste ha sido, en algunos aspectos, un año sabático y en otros uno que ha puesto a prueba mis convicciones. El viajecito que me he pegado, que comenzó en Colombia, siguió en Ecuador (siete meses), continuó en Perú (un mes), y ahora sigue en Bolivia (ya llevo un mes y no se cuánto más me quede), me ha permitido seguir viendo lo muy cortos de vista que somos.
Siempre nos sentimos el centro del mundo, pero al mismo tiempo no nos sentimos merecedores de semejante responsabilidad. Creemos que nuestros problemas son únicos y nos sentimos incapaces para semejante tarea. Al mismo tiempo, miramos a nuestros vecinos como mediocres o inferiores, pero desearíamos ser gringos o europeos para salir de nuestra mediocridad.
Obvio que la esencia de la gente de nuestro continente es de un alma libre de contaminantes, aún. Nuestra esencia es pura, porque no tenemos la sangre contaminada del embriagante súmmum del poder. Pero me cabe la duda si la mantendríamos así si lo poseyéramos. De cualquier forma es que hasta para abusar somos inocentes palomas (recordemos que estas son aves de rapiña y carroñeras, mas no por eso peligrosas). Estamos enfrascados en resolver problemas menores, mientras que el verdadero poder se sigue apoderando de nuestras mentes y aspiraciones.
En el trato cotidiano, somos personas amables, solidarias, alegres y dispuestas a abrir nuestros corazones a la primera sonrisa que recibimos y percibimos con sinceridad. Pero al mismo tiempo nos creemos vivos cuando cobramos 10 unidades de moneda más por una carrera de taxi al “cara de gringo”, que asumimos con el bolsillo lleno de plata por el sólo hecho de ser extranjero. Si nos colamos en la fila del cine porque vimos a un conocido que sí tuvo la precaución de llegar temprano al estreno de Quantum of Solace, del famoso agente secreto. O simplemente si nos hacemos los tórtolos cuando nos toca el turno de lavar los platos (reconozco que es mi principal debilidad).
Por un lado amo a la gente del común, la que no se ve nunca en los restaurantes caros, pero por otro me da miedo pensar en lo que somos capaces de hacer si tenemos la oportunidad, -y ojo, que me encantan los restaurantes caros, también-. Nos hemos tragado completita la mentira de la ‘malicia indígena’, que en definitiva en nada se parece a la idiosincrasia de los primeros habitantes de nuestro continente, quienes sí tienen una conciencia de comunidad que influye en la transformación del individuo, en aras del bien común.
Nos metieron la cultura del ‘vivo’ bien adentro y somos incapaces de reconocer la corrupción cuando la experimentamos con 'normalidad' en la vida cotidiana. Cuando cobramos más de lo justo, cuando nos quedamos con el vuelto, cuando nos aprovechamos de la buena voluntad de quienes nos quieren dar la mano.
Nos consideramos el centro del mundo, cosa que no es mentira puesto que el centro de una naranja (como nos han dicho que es la Tierra) está donde hunda uno el lápiz. Eso querría decir que tenemos la capacidad de transformar desde adentro hacia fuera, pero… ¡De qué manera transformamos! Me encuentro a diario con personas desilusionadas, rendidas al sistema, que abandonan sus sueños, que han sido convencidas de que hay un sistema que no puede ser transformado y mejor se suman al pragmatismo imperante, el que nos reza que hay que producir y hacer que el mundo siga girando en la misma dirección.
En definitiva, seguimos perpetuando las mismas formas de relación colectiva que nos impusieron cuando nos conquistaron por primera vez: ¡Bonito legado!
Somos el centro del mundo, desde aquí se hundió la piedra que generó los aros en el centro del lago, y las ondas que se expanden son la esencia de lo que contagiamos a nuestro entorno inmendiato y así hacia afuera. Si en lugar de centro, nos convertimos en la onda de lo que rechazamos, pero lo miramos con desesperanza como una roca inamovible: ¿Qué carajos nos espera?
La esencia de lo que somos, de lo que podemos ser, es la única esperanza que nos queda, pienso yo. Pero suelo pensar estupideces que no tienen asidero en la realidad. Aunque sigo creyendo que el principal triunfo de quienes imponen su ilógica en las relaciones humanas universales, es haber extirpado las esperanzas e ideales de las cabezas y corazones humanos. ¡Una cirugía perfecta! ¡Sin dolor, sin resistencia! Sin reticencia.

Tuesday, August 26, 2008

Pregunta loca

¿Qué tan vacías suenan las palabras cuando el dolor cierra las compuertas de la felicidad?












Foto/baezahidalgo.fotoreportero@gmail.com
Atardecer en Salango/
Pacífico ecuatoriano /

Thursday, August 21, 2008

Me he dado cuenta y son 40

Foto/ Paisaje de Santander (Colombia) CAMINO A EL GUAMITO

Esto fue escrito el 20 de mayo de este año. Pa'mis 40


Son 40, bien vividos, bailados y comidos… sobre todo comidos, como lo demuestran mis grandes pantalones y calzoncillos que se airean al sol, en una cuerda que se alza hacia el cielo de Quito.

Pasa un avión cada cierto tiempo y mis manos se deslizan sobre el teclado mientras pienso en lo que ha sido mi vida y lo que tendría que seguir siendo… ha de ser la madurez de los 40 que lo pone a hacer balance a uno, mientras la vida sigue en Chile y Colombia, donde se ha quedado un pedacito de mí, y donde encontré personas que me enseñaron que crecer no tiene que ver con la altura ni el volumen, sino con las cosas que uno es capaz de hacer forjadas en convicciones.

Me he reencontrado con parte de mi pasado en el Ecuador, por eso tal vez me he sentido tan a gusto y he persistido en darme la oportunidad de conocer un poco de este mundo que tan desconocido me era, a pesar de lo cercano que se encuentra a las injusticias que me han despertado el ánimo y consolidado mis convicciones.

Aquí estamos, al pie del cañón, buscando un horizonte que me convenza, tratando de hacer algo por este mundo, que se cae a pedazos, mientras la mayoría de la gente espera frente un televisor que la vida se acabe. ¡Cómo me gustaría creer en otra vida! ¡Qué fácil sería dejar para la próxima lo que no alcancemos a hacer en esta!

Me descubro mirando el espejo, acariciando mi barba cada día más blanca, mirando la escasez de mi cabellera que algún día llegó hasta la cintura y cuando me detengo en los ojos, descubro que todavía siento algo de vergüenza: Sé que me ha faltado disciplina y que aun malgasto el tiempo. Me ha faltado estudio y fortaleza para estar en todos los lados que habría debido estar. Me ha faltado el coraje para ser más férreo en el camino emprendido, así como desprendimiento para saber que aunque la vida te esté tratando bien, hay otras tareas que esperan por ti.

Me convencí en un momento de la vida que no vale nada la vida de un rebelde si esa rebeldía no tiene causa. También me di cuenta en el camino que la primera coherencia y consecuencia que se le puede pedir a quién aspira a un mundo nuevo, es la que empieza por casa, donde el cariño no se puede postergar, donde una caricia no sobra y tantas veces hemos mezquinado. Me he dado cuenta de que a veces he fallado con la gente que quiero; me he dado cuenta que no he estado cuando alguien me ha necesitado, y en eso no hay excusas, y no hay palabras que puedan repararlo. Aunque el momento que vives sólo tú sabes lo intenso que puede ser y lo cansado que te sientes, siempre hay que tener fuerzas para lo que viene, o algo has hecho mal y tendrás que pagarlo, allí, frente al espejo al menos.

Pero también sé que he sido privilegiado con amigos y amigas que pocas personas tienen. He ganado en conciencia y en cariños que perduran a pesar de los momentos y gracias a ellos. La única riqueza que me he preocupado en cosechar se me sale por los poros y aunque no siempre he podido estar, la vida me ha premiado y allí están las personas que han quedado en cada etapa de mi vida. Sonrientes y con palabras de apoyo o gestos de hermandad cuando uno más los necesita.

Son 40… ya he pasado más de la mitad de mi vida, he de ver qué podremos hacer con el resto que nos queda… Buen viento, buen ‘amar’ y el mayor de mis abrazos, por estos 40 y por los que quedan.