Por César Baeza HidalgoAnoche celebré, sin premeditarlo, mis doce años en Colombia. El reencuentro con un amigo del primer año -1995- me confirmó que las cosas que no se planean, en la vida social son de las mejores cosas que le pueden pasar a uno.
Pero hay otras tremendas que no se pueden planificar y que lo toman a uno siempre por sorpresa, una de esas sorpresas que no quieres que lleguen nunca, que hacen pensar que el mundo es una mierda y que los seres indolentes a los que nos tocó dominarlo también.
Hace una semana, un hijo que acompañó a su padre a hacer las compras en un supermercado del barrio Provenza (Bucaramanga-Colombia), fue atravesado por una bala que impactó en su frente. El joven quedó en coma hasta la madrugada de hoy, -viernes 12 de enero de 2007- cuando luego de una lucha milagrosa y quién sabe si inconsciente contra la muerte, se fue a otro mundo, si este existe.
He pensado que lo único que lo mantuvo vivo estos días fue el amor de sus padres y hermanos, familia, amigos que han manifestado muestras de solidaridad, rezos y deseos de que el muchacho volviera, y que lo que lo ha dejado ir, es también ese amor, para que pudiera descansar en paz.
No sé si la vida y la muerte son la separación de distintos mundos. Sí sé que no es un paraíso un mundo, un país, en el que un hijo no puede acompañar a su padre tranquilo para comprar los suministros de su casa.
Mi amigo Mario es periodista. Una de las profesiones de alto riesgo de este país. Es un periodista joven que tiene una carrera promisoria. Él es uno de los hermanos del muchacho que hoy será velado en una funeraria ante las miradas todavía sorprendidas de un grupo humano que tiene que enfrentarse de manera imprevista a un hecho que no tenía que llegar todavía.
No sé si sea capaz de hacer reflexiones sobre la vida y/o la muerte en este momento. Tengo un montón de mierda atorada en el pecho que no quiere salir. Me duele la espalda, me siento cansado, agotado. No sé si lo que uno hace sirva de algo en un mundo en el que un montón de papeles cargados de un valor de compra valen más que la vida de un muchacho que acompañó a su padre a hacer las compras de la semana.