Thursday, August 24, 2006

Hay que endurecerse

Por César Baeza Hidalgo
Endurecerse o la ternura. Un dilema ante las cosas que me sacan de centro. Una duda que persiste ante lo que gobierna la vida y las cosas que debo enfrentar a diario. Un tópico más entre los muchos que me rondan la cabeza y me desestabilizan para no dejarme dormir, o me vencen aliados con el sueño.
Ya la gente no cita al Ché Guevara. Si acaso lo portan en una camiseta y se dejan seducir por la imagen que proyecta la famosa fotografía tomada por Korda, estampada en blanco sobre un negro furioso. Él dijo una vez: “Hay que endurecerse pero sin perder la ternura”. Es como un llamado al equilibrio en este mundo voraz que quiere tragarnos y decirnos que la vida es como es y que no podemos cambiarla. Este mundo insensible que pretende enseñarnos a vivir la vida de manera aséptica y que nos preocupemos de nosotros mismos. Un mundo que grita: ¡Sálvese quién pueda! Mientras los poderosos siguen su vida indolente y abusiva.
Me niego a vivir la vida de manera obtusa y sé que necesito ampliar mi mirada: ¡Cómo me cuesta! Me rebelo todos los días conmigo mismo y me enojo por lo que dejé de hacer el día anterior. A veces avanzo, otras retrocedo. Las más de las veces, me doy cuenta de que lo que creí que era un avance no sirvió para nada. Pero sigo adelante con alegría, porque estoy en el camino, porque me atreví a recorrerlo.
Esta etapa que me ha enseñado que de nada sirve evitar el conflicto, que en poco o nada contribuye una palmadita en la espalda cuando la ‘cagan’ tus seres queridos, que me ha dicho de miles de maneras que la única forma en que quiero vivir mi vida es con honestidad, me reafirma en la convicción de endurecerme, con la esperanza de no perder la ternura. O si se quiere: enternecerme, sin perder la dureza.
Esa búsqueda del equilibrio entre el blanco y el negro, entre la vida y la muerte, entre la dicha y el llanto. Aspectos de la vida que me enamoran, que me cuestionan y que me obligan, de una manera despiadada a reconocerme insuficiente, ineficiente y mediocre. Que me confronta para vencerme, conmigo mismo como referente y los demás -quienes me rodean-, como aliciente, como meta por conquistar y seducir. Esa es la vida que me envuelve y -como dice la Celeste- que me alcanza.
Estoy absorto en una necesidad de afrontar la vida como se me presenta y decidir si quiero hacer algo por cambiarla. Cuando logro “madurar” un poco, llega un nuevo reto, una nueva historia que descubrir, una nueva vida que acompañar. Una vida que me enseña, me para frente al espejo y me obliga a mirar aunque voltee la vista.
En esas ando. Tratando de endurecerme, buscando un pedazo de ternura que no me bloquee y me empuje. Asumiendo la vida y luchando en el camino de la muerte.