Saturday, December 13, 2008

Divagando en Potosí

El Cerro Rico, de Potosí, desde uno de los arcos que conducen a los barrios que lo circundan.

Anoche me di cuenta que me siento intimidado por las ciudades. No me desenvuelvo de la misma forma en el campo que en las urbes. Entro en confianza con mucha más facilidad en el ambiente desenfadado de cualquier espacio abierto, que entre los muros que conforman los centros poblados.
En el campo, o en un ambiente que lo evoque, la gente tiende a saludar. Si te cruzas en un camino con alguien nunca falta un buenos días, buenas tardes o ¡Cómo le va? Eso ya es un punto de partida que, aunque aparezcas como un desconocido que merece cierta desconfianza, ofrece un pie para entablar una conversación.
Claro, no me imagino saludando a cada persona que me cruzo en las calles de La Paz, Bogotá, o cualquier otra ciudad. Pero tampoco entiendo que nos cueste tanto ofrecer una palabra amable en un ascensor, o que haya personas que comparten un nivel en un edificio de departamentos (apartamentos) que jamás hayan cruzado más que una mirada.
Ayer caminé toda la tarde por Potosí. Me senté en un restaurante a comer mientras observaba al mesero, que no me ofreció ni una palabra ni de saludo, ni de despedida (había hecho mi pedido en caja). Una pareja conversaba animadamente mientras devoraban sus presas de pollo y competían por las papas fritas que quedaban en el plato, y una chica esperaba su comida para llevar con la mirada perdida en el hueco de donde debía salir ¿Cómo los abordas? ¿Cómo conversas con ellos? Un par de palabras con el encargado de la caja me sacaron del ostracismo y la forma como sacaban a una indígena que trató de ofrecer maní, habas y otros granos, sin palabras por supuesto, completó el cuadro.
Luego, fui a ver con qué me encontraba entre las calles. Sacaban a otra indígena de un local que ofrecía los mismos productos para degustar. Las calles invadidas de productos de plástico para el baño, artículos de higiene, cacharros y productos que se pueden encontrar en cualquier otro lugar de los que ya he mencionado.
Encontré un sitio de Internet donde me refugié por unas horas. Allí, las personas se sentaban en parejas para socializar con otras que quién sabe dónde se encontrarían. Un par de muchachas se reían mientras comentaban lo descarado que era el chico que estaba en otro nodo de la red.
Yo trataba de bajar el skype con la esperanza de encontrar a mi bro, Paco, quien debía estar en Colombia y no se ubica en otros servicios de Chat más populares, mientras el ácido Édgar me asesoró, desde Bogotá, con un par de datos sobre cómo cambiar la imagen de mi blog mientras una lluvia torrencial caía sobre la ciudad. Así, esperé inútilmente a que apareciera Lula, quien desde Madrid pudiera llenar mi sentimiento de abandono en este lugar que, aunque no me deja de intimidar como urbe, me enamora por los fantasmas que deben habitarlo luego de 500 años de explotación minera… y de la otra.
Cuando al fin paró la lluvia, eran más de las 7 de la noche (oscurece como a esa hora) y me sentía como un trapo de cansado, pero caminé en sentido contrario a la posada en que me quedo, porque esta queda de subida y preferí estirar las piernas de bajada en estos 4 mil metros de altura promedio. Así que me inventé la excusa para agarrar un taxi, alejándome por lo menos unas 12 cuadras más, de mi destino final. Aproveché de entrar a otro restaurante y devoré la cena local: Una hamburguesa con tomate y más papas fritas.
El frío comenzó a hacer sus estragos sobre mi cabeza descubierta de cabello y el gorrito de lana que olvidé en La Paz. Con la cabeza fría me di cuenta de lo mucho que añoro a la gente del campo, con quién de seguro estaría charlando bajo un árbol o compartiendo un mate mientras miro a las estrellas, para variar.
Hoy amanecí enfermo, otra vez, a de ser el desorden alimenticio. Y recién comienzo a funcionar después del medio día. Almorzaré en el primer lugar que encuentre, pues no he desayunado, colgaré esta entrada en el blog, que no tengo idea si aporta algo y me iré de tarde de museos, para ver qué encierra la historia, que hasta ahora sólo he observado desde los libros.

8 comments:

Anonymous said...

Querido César:
tienes razón ese individualismo se vive sólo en la ciudad, y en cada rincón de ella, uno trata de no involucrarse con el del lado para que no te afecten sus vidas. Será un mecanismo de defensa para protegernos de todo y especialmente proteger el corazón de cualquier cosa que le pueda afectar....

Anonymous said...

Aqui vivimos en una ciudad pequeña, o un pueblo grande, com quiera llamarsele. Y es cierto que a pesar de estar rodeado de vecinos y gente, la vida puede ser muy solitaria.

Pero al igual que en otras ocasiones, la vida te sorprende, a mi personalmente con conversaciones , encuentros, intercambios con gente inesperada.

Te sigo leyendo cuando tengo tiempo, un saludo.

Anonymous said...

Buenos dias Cesar!
Como le va?
Como te sientes en la ciber-ciudad?
CaroU

César-in said...

Katia... Desafortunadamente, pienso que la individualidad cada vez se gana más espacios. Es un mecanismo de defensa, pero también de competencia: “Sálvese quién pueda”, que ahí vienen los otros… De nosotros depende generar alternativas.

Arwassa… El tiempo, ese elemento que no existe que se apodera de nosotros. Nos vamos volviendo adultos y dependemos de la hora, el minuto, el segundo.
La vida siempre sorprende, querida artista, y por eso vale la pena vivirla.
Qué bueno verte por acá.

Caro… No entiendo muy bien el comentario de la ciberciudad, pero ha de ser el sentido del humor gringo que ya te contagia, jeje. Me siento mejor y con ganas de seguir ampliando el círculo para contagiar de inconformismo… Tú me dirás ¿funciona?

veronica said...

A punto de finalmente irme a la cama, me bajo la melancolía con tu comentario. Yo me crié en un pueblito, y si, la gente es mas amable, abierta en el campo, donde yo puedo quedarme horas conversndo, por eso mi mamá ya no me manda a comprar "si es apurado", y donde vivo, en un pueblitoun poco mas hermético a fuerza de no rendirme con los mas tímidos, he logrado "armar mi fiesta" de conversar y de recibir visitas, pero las ciudades grandes, ya sea en Europa o en sudamérica las personas viven en circulos mas cerrados y se pierden lo lindo de vivir en comunidad. Yo soy conversadora y de verdad que se puede en cualquier lugar, pero en las ciudades hay menos sonrisas, la vida de barrio se va terminando, ya nadie tiene tiempo para barrer la vereda. Si, vivir entre personas y sentirse solo, me carga.

César-in said...

VERÓNICA… A mí no me carga la soledad y no entiendo muy bien el concepto de ‘sentirse solo’, mi querida amiga. Cada sitio tiene su lógica, sólo que en algunos ambientes me siento más cómodo que en otros de entrada. Tampoco me interesa formar círculos o armar fiesta con mucha gente. Sólo digo que una palabra amable no cuesta nada, aunque ello no implique instalarse a conversar con nadie.
Igual soy celoso de mi intimidad y no me gusta cuando me arman charla sobre lo que no le importa al vecino o la vecina. Sólo insisto en que generar una lógica de cortesía, si se quiere, con quien barre la vereda, o quién saca las hojas de la calle, debería estar implícito en los seres humanos, pero lo vamos perdiendo, cediendo si se quiere, a otras lógicas que tienen que ver con un individualismo imperante a modo del “sálvese quién pueda”.

veronica said...

César: a mi me encanta armar fiesta, no me interesa comentar la vida de los demás, pero si robarles sonrisas a la gente. Un abrazo.

César-in said...

Verónica... Me gustaría entender a qué viene este comentario.